Suicidio y juventud: Comprender para prevenir

Suicidio y juventud: Comprender para prevenir

03 Septiembre 2020

En Chile, se registra un suicidio cada cinco horas. Al año, hay 1835 casos, según un reporte del Instituto Nacional de Estadística del 2015. Siendo el suicidio la primera causa de muerte entre jóvenes de 20 a 25 años y la segunda causa de muerte entre los 15 y 19 años. 

Alejandra Vega ... >
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La mayoría de las personas, en algún momento de la vida hemos conocido a alguien que ha tenido cercanía con personas que han muerto por suicidio, ante lo cual surgen una diversidad de reacciones, marcadas por el asombro por la forma violenta de la muerte, de tristeza por la cercanía con la persona y/o familiares; y/o angustia por la situación misma.

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Informes OMS-OPS de 2018, indican que la tasa promedio de suicidio en el año 2017 en América Latina fue de 9.8 suicidios anuales por cada 100.000 habitantes (ONG Distintas Latitudes, 2018), sin embargo, estas cifras son una parte de esta realidad, pues es sabido la existencia de un subreporte de casos, ya que no siempre puede ser bien registrado ni documentado, sobre todo al desconocerse las intenciones de las víctimas.

En Chile, se registra un suicidio cada cinco horas. Al año, hay 1835 casos, según un reporte del Instituto Nacional de Estadística del 2015. Siendo el suicidio la primera causa de muerte entre jóvenes de 20 a 25 años y la segunda causa de muerte entre los 15 y 19 años. Mientras que la Encuesta Nacional de Salud (ENS) 2016 – 2017 reveló que el 2.2% de los jóvenes entre 18 y 24 años han pensado seriamente en el suicidio como una opción, en el rango de 25 a 34 años, la cifra sube a 3.6%. Estas cifras son preocupantes, pues continúan presentándose casos de suicidio a diario, sin control, dejándonos en una situación de alerta inminente.

¿Por qué la gente se suicida? y ¿qué podemos hacer?

Ante esas interrogantes, es necesario comprender cómo puede llegar alguien a suicidarse. Al respecto, se debe puntualizar que no existe un determinismo que indique una causalidad lineal para que ello suceda; no existe “la” razón, sino múltiples variables que confluyen y favorecen que esto ocurra, de ahí lo complejo que resulta su comprensión al estar comprometidas diversas particularidades, realidades y vivencias de los sujetos que deciden suicidarse.

Probablemente, muchos saben o han escuchado “que aquellos que intentan suicidarse, lo intentan más de una vez”. Ello, permite explicar la existencia de un porcentaje significativo de personas que cometieron suicidio y que tenían antecedentes de intentos previos.  Estos datos, deben dar la alarma a los cercanos, considerando, además, que quienes intentan suicidarse, tienden a comunicarlo de alguna forma. En efecto, algunos lo exteriorizan y explicitan, señalando la intención “de querer morirse”; otros lo publican en sus estados de redes sociales; algunos de forma más sutil lo muestran en sus fotos, dibujos, etc. Lo cierto, es que cada uno de estos mensajes deben ser escuchados y alertar a los entornos. Por ningún motivo, ante comunicaciones de este tipo, se debe “bajar la guardia, ni el perfil, ni mucho menos desestimar sus sentimientos, ni dichos”, más aún, si existe planificación de las personas en cómo dar término a su vida. Esta última información debe alertar a sus cercanos, porque el riesgo a considerar es aún mayor.

Pero, en realidad no todos los que se suicidan tienen planificada su muerte. En ese sentido, es necesario reconocer que algunas personas pudieran suicidarse dada la ocasión, de manera accidental e incluso sin la intención de hacerlo. Lo anterior, queda reflejado en frases tales como “mi intención era dormir”, “olvidarme por un rato de los problemas”,” quería que me tomaran en cuenta”, “quería sentir”, “quería hacerlos sufrir”; pero en ese afán “se les pasa la mano”, quedando en el mejor de los casos el registro de un ingreso al hospital de urgencia “para hacer un lavado estomacal”, “curaciones por cortes”, “hospitalización”, pero también pudiera terminar en  “el lamento de su muerte por  suicidio”.  Con ello se demuestra que a pesar de que las personas no tengan la intención, pueden tener el mismo final de quien pudo planificar su deceso.

¿Qué puede llevar a un joven a autoagredirse, a pensar en querer morir por sus propias manos, a intentar hacerlo, o hacerlo efectivamente?

La respuesta a esta pregunta es imposible de responder en una afirmación. De ahí, debemos conocer diveras miradas y planteamientos, que intentan de manera aislada explicar, en cierta medida, los factores que pueden influir en la ejecusión de actos autolesivos y llevar al suicidio a un joven.

Desde la visión biomédica, se ha visto a la depresión y a la ansiedad, como factores promotores y se les ha situado en la antesala del suicidio, encontrando una vinculación directa entre ellos, lo cual lleva a la patologización de este fenómeno. Sin embargo, cuando alguien se siente deprimido puede aludir, “sentirse energéticamente afectado, presentar tristeza, pérdida de intereses, pensamientos pesimistas, irritabilidad, sentimientos de desesperanza”; emociones y sentimientos que pueden inundar sus experiencias y vivencias, afectando su forma de responder al contexto. Sin embargo, no por ello, la gente se autoagrede o suicida, de ahí la necesidad de precisar que los mencionados pueden pasar de factores de riesgo latente, a exponenciales al sumarse a otras variables contextuales, familiares o a sus propios atributos personales.

En tanto, desde posiciones más psicosociales, se ha otorgado relevancia a los factores sociales, contextuales y relacionales en la generación del riesgo suicida. Desde estas posiciones, se argumenta que diversas situaciones presentes en el medio pueden configurarse como condiciones apremiantes, que invaden y bombardean a diario, pudiendo convertirse en gatillantes sumativos de malestares emocionales: la enfermedad de un ser querido, la pérdida de un familiar, quiebres amorosos, nacimientos de hijos, problemas económicos, de salud, la pandemia, el encierro, la soledad, etc. Sin embargo, para cada persona, el grado de afección dados por estos estresores cotidianos, o las eventuales crisis que se nos presenten en la vida, puede ser sentidos y percibidos de manera distinta; reaccionando, enfrentando el problema, intentando evadir lo sucedido, asumiendo un rol más pasivo, vivenciándolo como algo “terrible e insoportable”, apreciándolo como un aprendizaje, o incluso como un reto. Así, desde la individualidad, cada cual responde de diversa manera ante las crisis y la afección será distinta.

Desde lo contextual relacional hay que mencionar a la familia. Esta, puede ser la luz y la oscuridad de sus miembros; un factor de riesgo o de protección. Como grupo, la familia está llamada a dar apoyo y contención a sus hijos, favoreciendo su sano crecimiento, un desarrollo emocional adecuado y un colchón de apoyo incondicional si ellos lo requirieren. Pero también, pueden ser fuente de ambigüedades, inseguridad emocional y un nido de críticas. Incluso, dentro de la misma familia, un niño o joven puede sentirse solo y/o deplazado, en comparación al lugar que tienen otros miembros del sistema familiar. El rol de un hijo encasillado en la etiqueta de la “oveja negra”, o el “patito feo” de la familia, son lugares que dejan a los hijos distantes afectivamente del resto del grupo familiar, ya sea porque otros los han dejado en ese lugar y/o porque ellos terminan actuando y sintiéndose como tales, vale decir, en una clara situación de alta vulnerabilidad.

En este contexto, algunos autores hablan “del excluido”, refiriéndose a las personas que en esta sociedad son considerados y tratados como distintos. Ejemplo de ello, son aquellos que escapan a los patrones considerados como estéticamente bellos, los de un color de piel no predominante,  aquellos que son parte de otra cultura, o que provienen de otro nivel socioeconómico, alguien con capacidad intelectual distinta, con alguna enfermedad física o mental, perteneciente a alguna minoría sexual, etc.; son aquellos quienes en distinto momento de sus historia de vida, el grupo social, sus pares, pueden de forma reiterada y sistemática ir dejándoles solos, marginándolos del grupo.

En ese sentido, en las comunidades escolares, por ejemplo, pueden darse situaciones de discriminación, de no integración a algunos estudiantes, de bullying, de matonaje; en general situaciones que van de menor a mayor severidad, pero por las cuales los afectados pueden resultar seriamente dañados emocionalmente. Así, lo anterior se constituye en un factor de riesgo importante para el suicidio, sobre todo en población juvenil, lo cual deja en evidencia la necesidad de enseñarles a nuestros niños: respeto por el otro y aceptación a lo diverso, como también entregarles herramientas para la autoprotección y para poner límites a los otros.

Algunos autores, en explicaciones sobre el desarrollo evolutivo, pueden vincular el riesgo suicida en el caso de los más jóvenes, a la búsqueda de satisfacción inmediata, a la búsqueda de  vivir la sensación del momento del aquí y el ahora; sin pensar mas allá, sobre las consecuencias de sus actos, pudiendo asumir conductas temerarias, que los expone a riesgos. En esa lógica, no siempre evalúan realistamente la posibilidad de muerte en sus acciones, sino más bien, quedan atrapados en la sensación de agrado del vértigo, que da la adrenalina y en su impulsividad. Lo anterior, los puede llevar a exponerse a diversos riesgos, como al consumo de drogas, a la combinación de éstas, a las carreras clandestinas de autos, entre otras acciones, situaciones que los expone y eventualemente los puede enfrentar a la muerte.

Los niños y jóvenes son una población que, en términos evolutivos, está aún en crecimiento; inmadura emocionamente, que necesita de la protección de la familia, escuela y comunidad en general, pues muchas veces son influenciados por el contexto y se perciben sensibles ante el trato de su entorno. En esa lógica, se trata de una población que requiere mayor atención, consideración, respeto; ser visualizados y acompañados, sobre todo en situaciones de riesgo vital, al desarrollar acciones de autoagresión o como cercanos de quienes lo hacen o han hecho. De ahí, también la consideración, visibilización y acompañamiento de pares, amigos y cercanos de jóvenes que presentan conductas  de autoagresión, intentos suicidas y mas aún si alguno cometió  suicidio efectivo.

Tras lo planteado, queda la evidencia de lo complejo del fenómeno del suicidio y la necesidad de abrir debate sobre estos temas, que conciernen a la comunidad en general y que requieren de la atención y participación de todos, partiendo por dejar de ser un tema tabú, para permitir poder educar, comprender y desde ahí prevenir.

Alejandra Vega Álvarez

Psicóloga, Docente universitaria

Colectivo de Acción Social Periferias