Mujeres: Elementos para una reflexión en tiempos de pandemia

Mujeres: Elementos para una reflexión en tiempos de pandemia

05 Agosto 2020

Es fundamental que las mujeres dejen de considerarse para otro, carentes de sí misma y adquieran en su subjetividad un para sí. Esto, en la actualidad, con una pandemia en pleno desarrollo, es un acto de resistencia desde la periferia.

Taeli Gómez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

A lo largo de la historia moderna, la mujer ha sido excluida de la participación pública. Los filósofos y teóricos de la ciencia política se han encargado de ir haciendo un relato de fundamentaciones sobre el Estado, el poder, la democracia y la participación social; todas elaboradas básicamente, por hombres y para hombres. Esto se demuestra siguiendo el hilo histórico excluyente.

Así, haciendo un breve recuento sobre ello, se pueden encontrar las bases de estos postulados, en lo que se ha denominado contrato social –o pacto societatis-. Este, tal como se le estudia y define desde la academia, se trataría de un acuerdo simbólico en el que los hombres acuerdan tener una vida social; un vivir en sociedad y salir de un estado natural, para desde una voluntad común, someterse a una autoridad gobernante. Con este contrato social, se aspira a legitimar al Estado y todos los procesos socio-jurídico políticos que de este dependen. Sin embargo, lo que no se dice, es que, de este contrato, se excluyen a las mujeres. En efecto, quedan afuera, relegadas a un espacio privado-domestico; de ahí que para Peteman, una autora feminista, el único contrato que se conoce es el contrato sexual,[1] donde los hombres acuerdan el sometimiento de la mujer.

Esta historia, ha tenido también su correlato de denuncias. Como antecedente de ello, Olympia de Gouge, una mujer francesa, que ya en 1891, presentó La Declaración de los derechos de la mujer y de la Ciudadana, frente a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, donde evidenciaría la traición del compañero con el que luchó por la revolución francesa y que finalmente, las dejarían sin participación “…El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera”. Esta propuesta fue presentada a la Asamblea Nacional Francesa para ser refrendada, pero no logra aprobación quedando olvidada y Olympia, más tarde asesinada.

Desde el surgimiento del contrato social, el espacio de participación de las personas se divide en público y privado, quedando, por cierto, relegada la mujer al privado-domestico, donde, además, el hombre, el pater familia, sería el jefe, y tendría para sí a la mujer, a sus hijos, sus bienes, sus sirvientes y sus animales. En tanto, el espacio público, quedaría reservado solo para él; acá puede desplegar su rol político, sus capacidades de elegir, ser elegido y su reconocimiento cultural de autoridad. Las mujeres por su parte, quedan sin derecho al voto y educación, realidad que se extiende hasta bien entrado el siglo XX. Las mujeres entonces quedaron limitadas en sus derechos, aunque no así en los deberes que debían cumplir.

Pero es necesario reconocer que además de la mujer, también el derecho, como dispositivo de poder, ha contribuido a la exclusión del espacio público-político de los niños, de los discapacitados que no pueden darse a conocer por escrito, al igual que los analfabetos, los que no tienen bienes, los marginales del campo y la sociedad. En suma, ese pacto social fijaba los límites del ciudadano: un hombre, burgués, blanco, mayor de edad, con estudios y bienes, a quien se le otorgaba el poder de universalizar este margen.

Las mujeres quedan con mucha dificultad para entrar a este espacio público, ya que, al no ser un lugar físico, sino simbólico, encontrarían, de igual modo, obstáculos explícitos, pero también sutiles, fundados por narrativas, significados y simbolismos androcéntricos. Es decir, dinámicas culturales que ponen al hombre como centro de todas las cosas, siendo él quien define roles y los legitima, haciendo que se internalicen y naturalicen, incluso, por todos, también los excluidos y excluidas.

Pero, por qué la mujer no podía ser ciudadana con participación y plenos derechos. La respuesta a ello se argumentaba desde diversas perspectivas. Por ejemplo, se argumentaba que no era un individuo pleno de racionalidad, ni capacidad. Como muestra de ello, el derecho civil chileno, solo hasta un par de décadas atrás, recién le otorgó capacidad para disponer de sus bienes. Incluso, en la subjetividad de la mujer están enquistados y naturalizados, patrones culturales que disponen esquemas mentales y corporales masculinos, los que internalizan y la hacen reproducir los cánones designados sociomasculinamente para ella.

Sin embargo, en el último tiempo, a propósito de las luchas sociales como los movimientos estudiantiles, feministas y el diverso estallido social de octubre último, las mujeres deciden encontrarse y copar el espacio público. Con ello, asumen conciencia que ya no eran suficientes los reconocimientos formales, sino que se hacían necesarias las disputas -en cierto sentido revolucionarias-, contra la hegemonía masculina de la cultura de lo público.

Hoy en pandemia, muchas mujeres están sufriendo violencia física y psicológica por no cumplir este contrato sexual que señalara Peteman. Al respecto, la ONU mujeres afirma que aumenta de manera dramática otra pandemia en la sombra: la violencia contra las mujeres, señalando que en los últimos 12 meses, 243 millones de mujeres y niñas de todo el mundo han sufrido violencia sexual o física por parte de un compañero sentimental. Con el avance de la pandemia del COVID-19, es probable que esta cifra crezca[2].

De ahí entonces, que, si bien la pandemia nos ha vuelto a casa, es necesario atender que ello no signifique pasos perdidos para las mujeres; no significa volver al mundo de lo privado-domestico, en el que desde el contrato sexual se le otorga a la mujer a un rol “natural”. Ante ello, hay que convocar a la alerta de las transformaciones culturales conquistadas.

Es tiempo de hacerse preguntas y darse respuestas para instalar las bases de nuevos y necesarios procesos constituyentes participativos, con diálogos sin restricción, vale decir, legítimos.

¿Serán tiempos de resignificación del espacio público y privado sin criterios de discriminación? ¿Qué validez tiene hoy un contrato social excluyente y discriminatorio? ¿El contrato sexual que oprime a las mujeres a un poder androcéntrico, que la deja sometida a la violencia real y simbólica del hombre, debe ser negado por ilegítimo? Y sobre lo mismo, ¿cuáles serían las consecuencias de su negación?

Ante estas interrogantes, es fundamental que las mujeres dejen de considerarse para otro, carentes de sí misma y adquieran en su subjetividad un para sí. Esto, en la actualidad, con una pandemia en pleno desarrollo, es un acto de resistencia desde la periferia. Por ello, es importante, en estos días, recordar el epílogo que deja para la historia Olymia de Gouge en La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana:

“Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ; Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. [...] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo.”

Taeli Gómez Francisco[3]