El silencio de niños y niñas: Una caja negra que esconde la cruda realidad de abusos

El silencio de niños y niñas: Una caja negra que esconde la cruda realidad de abusos

10 Agosto 2020

¿Cómo puede ser que el que lo abusa, es quien también le cuida, vive con él, demuestra cariño, o es el amigo íntimo de su familia? 

Alejandra Vega ... >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Hablar de infancia vulnerada, de abuso sexual hacia niños y niñas es un asunto que muchas veces incómoda; no es un tema grato, es más bien doloroso, y en estricto rigor, en términos éticos, es una realidad que nos debiese doler como sociedad.

A nivel mundial, de acuerdo a información entregada por la ONU, la violencia sexual es un problema que afecta principalmente a niños y niñas. En el caso chileno, según reportes de la UNICEF se estima que un 71% de los niños y niñas chilenos han sufrido algún tipo de maltrato, de los cuales un 8,7 % corresponde a violencia sexual. Pero no podemos olvidar, que la prevalencia del abuso sexual hacia la infancia es una caja negra, dado que en realidad muchos casos y experiencias traumáticas en este ámbito, nunca llegan a ser conocidas y menos denunciadas. A ello se suma, que en otras ocasiones los niños se retractan de sus dichos, producto de la presión familiar, social, por el poco crédito de sus relatos dado por otros, entre otras causas. Ello, representa antecedentes que reflejan lo dificultoso que resulta develar estos hechos, que inevitablemente, implican profundas crisis familiares. 

De los casos conocidos, muchos de estos han logrado tener connotación pública debido a los grados de violencia física que presentan los agresores hacia las víctimas, lo que provoca muchas veces, pérdidas de vida lamentables. Los agresores, en algunos casos, puede tratarse de personas desconocidas de la víctima, pero existe un porcentaje significativo en que los abusos están contextualizados dentro del ámbito familiar. De ahí, que muchas veces, estos casos quedan en el secreto de las familias, muy pocos denunciados en su debido momento, y otros, cuya denuncia se realiza después de un tiempo perpetrados los abusos.

Periódicamente, a través de las redes sociales y los medios de comunicación, vemos aparecer información y noticias que dan cuenta de niños, niñas y jóvenes agredidos sexualmente por sus propias familias, cercanos o por personas ajenas que tuvieron la nefasta “fortuna” de conocerles en la casualidad de la vida. De alguna manera, es común conocer historias relacionadas a niños/as que han develado temáticas de abusos sexuales. Muchas veces, tímidamente, con miedo, culpa e incluso vergüenza, algunos de estos protagonistas se abren al diálogo de distintas formas: desde la casualidad en una actividad escolar, en un arranque de rabia cuando quieren más libertad, tras una conversación con sus mejores amigos/as, tras la entrevista con el psicólogo quien indaga las causas de sus cortes en los brazos, consumo de estupefacientes y alcohol, fugas del hogar y un largo etcétera.

Lo cierto, es que, en la mayor parte de los casos, este desahogo se produce tras un agónico proceso de silenciamiento y negación, que muchas veces logra encontrar voz en etapas de la juventud/adultez, donde el trauma vuelve a aparecer ante problemas de pareja o incluso de conflictos con la maternidad, o tras un evento que deja lesiones físicas visibles para su entorno o por un evidente embarazo. Otros en tanto, continúan en silencio, llevando estas mismas experiencias, algunas de forma consciente, otros silenciados por sus propios mecanismos de defensas que los distanciaron de esa realidad, dejando los detalles de lo vivido en un aparente olvido, lo que les permitió sobrevivir a ese dolor. Otros niños en tanto, no tuvieron esa misma “suerte”, pues no pudieron sacar su voz, porque fueron silenciadas por sus agresores, quienes llegaron al asesinato para impedirlo. En los últimos 25 años a nivel nacional, hay más de 40 casos de niños que sufrieron violación con homicidio, siendo silenciados antes de poder abrir sus relatos y compartir sus experiencias y dolores.

Todos ellos y ellas, tienen en común el haber sido vulnerados por un adulto, quien desde distintas cercanías vinculares pudo aprovecharse de su infancia y de su relación afectiva. Ello, siempre utilizando las asimetrías que le da el poder para aprovechar a su favor las diferencias de corporalidad, autoridad, de su desarrollo cognitivo, de las carencias emocionales y socioeconómicas que presenta el niño/a o joven, lo que les permite ser presa fácil para ese adulto que consiguió dar satisfacción a sus instintos. 

Lamentablemente, en muchas ocasiones surge otro factor altamente contradictorio para los niños y niñas, debido a que quien lo abusa se encuentra inserto en su contexto familiar; su padre, abuelo, tío, hermano, primo, padrastro, amigo de la familia, lo cual se convierte en la incongruencia para el menor, pues le surge la interrogante de ¿cómo puede ser que el que lo abusa, es quien también le cuida, vive con él, demuestra cariño, o es el amigo íntimo de su familia?

He ahí, lo perverso en este tipo de abusos, pues los niños desde su inocencia, pueden no ver la intención detrás del cariño, las atenciones; no logran percibir cómo el proceso abusivo va avanzando, siendo encapsulado en la telaraña invisible del agresor, que puede llevarlo desde fortuitas caricias, acompañadas de ternura, de la seducción, a la consumación de una violación, proceso en el cual, el niño es manipulado y/o adoctrinado a no hablar, por medio del engaño, la amenaza, la fuerza física, el chantaje emocional, que le impide la libertad de poder expresar lo que siente.

Autores referentes en este ámbito, tales como Perrone y Nannini tratan este fenómeno explicándolo en lo que configuran como las dinámicas del hechizo, por medio de las que el abusador intenta esconder los abusos y la violencia generada. Mientras que Sgroi se refiere al proceso abusivo, donde el niño es elegido, comenzando un devenir extenso de interacción sexual progresiva, que es sellada en un secreto, y que una vez develada, es esperable que pueda terminar en la retracción de los dichos del niño. Summit por su parte, afirma que el silencio y la retracción de los niños producen la mantención de los precarios equilibrios familiares, pero a costa de que la víctima aprenda a no quejarse, los adultos aprenden a no escuchar, y lo más perverso, las autoridades aprenden a no creer y desacreditar a los niños, quienes muchas veces son calificados de “rebeldes que utilizan su poder sexual para destruir a padres bien intencionados”

Estos postulados explican en parte cómo el abuso sexual se instaura dentro de los sistemas familiares, como una especie de pacto secreto, situación que posiciona al niño/a en una desmejorada posición, que no permita romper con el silencio al que se le mantiene simbólicamente atado. Así, podemos encontrar abusos sexuales que tienen larga data, los cuales pueden estar asociados a procesos abusivos dentro de contextos familiares, como lo señala Barudy. Estos, van dejando a los niños imbuidos en verdaderos bucles, los que siguen un ciclo de nunca acabar, que daña una y otra vez. En tanto, el niño/niña está obligado a seguir con su cotidianeidad; debe cumplir con las actividades de manera “normal”, seguir con su vida escolar, social, familiar. Entonces, ¿cómo logra un niño estudiar, estar atento en clases, mientras vive abuso en casa?, ¿cómo concilia sus padecimientos, con la rutina con pares y la misma vida familiar?

Poder entender lo anterior, no solo es un desafío para todos, sino un imperativo ético, ya que los niños abusados luchan por no ser reconocidos, jugando un rol de verdaderos camaleones, que según el contexto cambiarán su color, buscando adaptarse y ajustarse a los requerimientos de los profesores, amistades, familiares. En ese afán camaleónico, jugarán un papel de niños aplicados, educados, complacientes con el mundo adulto, sin embargo, también los veremos convertirse en niños silenciosos, tristes, que pasan desapercibidos en el grupo, que pudieran presentar ideas autodestructivas, conductas desafiantes y agresivas en la interacción social. De lo anterior, se desprende la necesidad de entender que las manifestaciones conductuales de los niños pueden ser variadas, pero cada uno de ellos vivencia la experiencia de abuso intrafamiliar en su fuero interno.

Así entonces, comprender las vivencias de un niño/a que se ve enfrentado a situaciones de abuso, implica que los demás logremos entender la disociación de dos realidades que debe éste enfrentar; por un lado, la vida vista a ojos de todos, de lo cotidiano, que le exige seguir funcionando, y por otro, también convivir con una vida marcada por el abuso, que aparece como carga y trauma difícil de llevar. Cuando el niño es pequeño, entender todo este proceso es casi imposible, porque puede estar siendo maquillado por el agresor con un sinfín de sutilezas, regalos, cariños, que pueden hacer sentir al niño como alguien especial, incluso querido. Pero todas estas artimañas del adulto son planificadas, ya que preparan progresivamente el acercamiento sexual hasta la violación misma, sin embargo, un niño nunca estará preparado para ser agredido sexualmente.

En tanto, en la medida que el niño crece y su desarrollo cognitivo y experiencial también, puede ir entendiendo lo acontecido y problematizando sus experiencias al conocer y comparar su realidad con la de otros niños y/o jóvenes. Este es un proceso donde la educación escolar puede también ser guía de reflexiones que permitan a los niños darse cuenta de que no es normal lo que le ha sucedido, y así abrir su conocimiento a la moralidad y sus derechos. Desde este insight, normalmente surgen denuncias tardías y aparecen historias de niños y/o jóvenes que vivenciaron abusos sexuales. Incluso más, también adultos que pudieron desenmascarar a sus agresores, una vez que aprendieron a liberarse de sus propios miedos, vergüenza y culpas, todos esos fantasmas que les construyeron sus agresores, para silenciar su voz, cuando fueron niños.

Desde esa perspectiva, el abuso sexual puede provocar en los niños diversas afecciones emocionales y sintomatologías, que pueden variar dependiendo de los tipos de personalidad, el tipo de abuso, presencia de factores protectores familiares y/o del niño. Cada niño es distinto, cada cual lo puede enfrentar de formas diversas, pero tienen algo en común: fueron vulnerados por un adulto que los utilizó y daño física, moral y emocionalmente. 

Dentro de algunos posibles signos y sintomatologías asociadas al abuso sexual en preescolares es importante reconocer algunas manifestaciones tales como: terror nocturno, conductas regresivas, encopresis, enuresis, masturbación compulsiva, rechazo, conductas evitativas. Mientras que en la etapa escolar y adolescencia se puede manifestar: retraimiento, problemas de concentración, autoagresiones, síntomas depresivos, conductas promiscuas, consumo problemático, fugas del hogar. También pueden presentarse síntomas propios del trastorno postraumático, donde las recuerdos son flashback que van y vienen trayendo las situaciones y las sensaciones vividas, lo que produce perturbaciones en su estado emocional, e hiperalerta ante estímulos ambientales que podrían ser amenazantes, convirtiéndose en niños desconfiados y ansiosos de su contexto.

Pero también podemos encontrar niños, que, a pesar de haber vivido experiencias abusivas, no presentan evidencias de daño emocional. Esto, muchas veces está vinculado a la presencia de familias que pueden brindar apego seguro a sus hijos, y también puede que se deba a los propios recursos de los niños. Las secuelas del abuso sexual, pueden ser variadas y presentarse en distintos momentos de su vida y acompañar a sus víctimas por largo tiempo, incluso hasta su adultez.

Comprender y dar espacio a los niños, escucharlos y creerles es nuestra obligación; dar protección es tarea de todos. Cada voz, de cada niño debe tener eco en esta sociedad, para dar cuenta de la dureza de la experiencia del abuso sexual, insistiendo y recalcando que la culpa nunca es o será de los niños, sino de un adulto que, utilizando una situación de poder, lo acorrala y distancia de su infancia, dejándolo desprovisto de voz y de protección. 

Alejandra Vega Álvarez

Psicóloga, Docente universitaria

Colectivo de Acción Social Periferias