Opinión: Una política exterior abyecta y sin grandeza

Opinión: Una política exterior abyecta y sin grandeza

27 Diciembre 2014

Se equivocan nuestras autoridades cuando asumen nuestras relaciones internacionales de forma tan intransigente y despectiva con nuestros vecinos, conjuntamente con la obsecuencia que le tributan a los países más poderosos del mundo.

Juan Pablo Cárdenas >
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Un grupo de once países de Latinoamérica y del Caribe ha materializado recién su explícito apoyo a la demanda boliviana por una salida soberana al Océano Pacífico. También el presidente de Uruguay, el prestigiado José Mujica, se manifestó partidario de que los bolivianos encuentren “salida al mar por donde sea y como sea”. A lo anterior, hay que sumarle que prácticamente todos los países de la Región  han expresado una favorable actitud al esfuerzo de Evo Morales por exigir que Chile se abra a una negociación tendiente a este objetivo. Cuestión que lo llevó a recurrir, incluso, al Tribunal Internacional de La Haya, a fin de que este organismo inste a nuestro país a iniciar un diálogo binacional. Cuando, a juicio de Bolivia, obran documentos y declaraciones históricas de nuestra Cancillería en disposición de otorgarle una compensación a nuestro vecino país por los inmensos territorios que le fueron despojados con la Guerra del Pacífico. Todo un espacio geográfico que mediante la fuerza nos otorgó soberanía, por ejemplo, sobre los yacimientos cupríferos más ricos del planeta. Los mismos que han cimentado tan crucialmente nuestro desarrollo.

Si agregamos esta situación al hecho de que también nuestra controversia limítrofe con Perú  fuera dirimida por el mismo tribunal internacional, y no de forma bilateral, lo cierto es que nuestro país viene demostrando una incompetencia grave en la resolución de nuestros diferendos fronterizos, cuestión que tiene muy a maltraer nuestra imagen internacional. Es claro que los tratados y acuerdos históricos que Chile puede exhibir para apoyar nuestros derechos territoriales y marítimos van derivando en letra muerta enfrente de la “justicia” que le asistiría a nuestros demandantes por encima de todo lo convenido entre nuestros gobiernos después de un conflicto bélico. Es sabido que La Corte de la Haya, más que interpretar los documentos que les presenten los litigantes que recurren a ésta, debe más bien impartir ecuanimidad y equidad. Esto es, atender a las razones políticas, económicas, culturales y de otra índole que se le exhiban en estos contenciosos. Razón por la cual, muchos temen una resolución poco auspiciosa para nuestro Gobierno, para el Canciller y el equipo de asesores contratado para asumir nuestra onerosa defensa.

A más de 130 años de una guerra es realmente absurdo que los países que estuvieron implicados en ésta no hayan superado todos sus desacuerdos, cuando en muy pocos años europeos, asiáticos y africanos han resuelto controversias limítrofes muchos más complejas después de las dos conflagraciones mundiales en que el mapa político de las naciones variara tan sustancialmente. Peor, todavía,  cuando en las vastedades de nuestro común Desierto sería posible discurrir una gran cantidad de compensaciones e iniciativas conjuntas que nos lleven a consolidar una zona de paz e integración en beneficio de todas nuestras naciones. Las mismas que gastan ingentes recursos en defensa en la potencialidad de un nuevo conflicto bélico con la adquisición de aviones, barcos, tanques y otros recursos que se han obsoletado varias veces. A la vez que distraer recursos que bien pudieron destinarse a nuestro desarrollo social y económico, como a los comunes emprendimientos en la misma zona.

En el entendido de que nuestras fronteras son meramente artificiales, emerge como un bien superior resguardar la paz y la fructífera convivencia con nuestros vecinos. Una salida boliviana al mar marcaría una delgada raya en la cartografía de una zona tan extensa como despoblada del llamado Norte Grande. La que perfectamente pudiéramos compensar con accesos hacia el flujo de las aguas cordilleranas o al  gas que nuestro litigante produce y podría sernos tan fundamental para nuestro desarrollo energético,  sostener nuestras actividades mineras y garantizar el consumo de nuestras ciudades y pueblos de la zona. De forma, por lo demás, de desahuciar aquellos disparatados proyectos que se proponen traer electricidad desde la lejana Patagonia para abastecer estas necesidades.

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