Opinión: El dinero, la acumulación y la colusión

24 Noviembre 2015

Así como no me parece que el SIMCE sea la creación de nuestro excesivo nivel de competitividad, no creo que el dinero sea el origen de nuestro afán de competencia en la economía.

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En otra columna hacía alusión a nuestra falta de acciones colaborativas a las que echar mano en términos de los procesos a desarrollar en el sistema escolar, y decía que eso tiene que ver con el sistema en el que estamos inmersos. A propósito de lo anterior, recordé un graffiti en el que se sataniza al dinero como el inicio de todos los males.

Así como no me parece que el SIMCE sea la creación de nuestro excesivo nivel de competitividad, no creo que el dinero sea el origen de nuestro afán de competencia en la economía.

El dinero, tal como las evaluaciones cuando nos referimos a sistemas educativos, son medios simbólicos de intercambio. A través de ellos podemos entender de manera simple, resumida y rápida lo que el otro nos quiere decir. Cuando pasamos del trueque al uso de la moneda, estamos ampliando la escala de los intercambios que podemos hacer. Esto sucede no sólo cuando surge la moneda acuñada en metales nobles, sino también cuando utilizamos algún material que nos señale el valor de ciertas cosas, en términos del valor social de dicho bien y su correlato en términos de el interés social que despierta para el intercambio, es decir, cuán apreciado es dicho bien en el mercado.

Al definir el valor de los bienes según su nivel de "deseabilidad" aparece un primer problema, puesto que su valor ya no depende de quién lo "creo": el artesano que transformó la materia prima en un bien distinto a través de su trabajo, sino que el valor viene dado desde fuera, desde la demanda. ¿Es culpa del uso de la moneda? No. Es culpa de quienes no reconocemos el valor trabajo en los bienes y servicios que consumimos.

¿Cómo hace la industria para invisibilizar dicho trabajo? Pauperizando a los trabajadores, pagándoles lo mínimo para subsistir y alimentando el discurso de "no morder la mano que te da de comer". Como todos estamos metidos en el mismo sistema el proceso empieza a naturalizarse, y nos resulta obvio, que todo el mundo quiera minimizar sus costos, aunque eso implique pagar sueldos de hambre, esclavizar (lo digo literalmente) personas, recurrir al trabajo infantil.

La otra opción es subir los precios de venta. ¿Cómo? Obligando a los pequeños proveedores a venderme al precio que yo, gran intermediario, quiero pagar, obligándolos a vender sus productos por menos que sus precios de costo con tal de no perder la producción. Algo así como el valor de los impuestos cobrados por el señor feudal a sus vasallos, que los despojaban de la cosecha que les permitía su propia subsistencia. ¿De qué otra forma? Asociándome con otros vendedores para cobrar todos el mismo elevado precio, así todos ganamos. ¿Y el libre mercado? Ese es un invento para la pequeña empresa y los emprendedores.

A esto además le sumamos los subsidios del Estado a la gran empresa. ¿Una locura? No, es bastante cuerdo. Es la base de la acumulación: "nosotros tenemos que tener más". El problema es que ese nosotros cada vez nos queda más lejano.

Pamela Ugalde Hidalgo.

Socióloga, docente de la Facultad de Ciencias Sociales,

Universidad Central de Chile.