Columna de Opinión: Un país presumido

18 Noviembre 2013

El apoyo de quienes solo aspiran, como en el juego, a sentirse ganadores, cualquiera sea el candidato o candidata que les ofrezca tal posibilidad. “Votar a ganador”,  aunque después nuevamente deban constatar cómo las promesas electorales se hacen agua.

Juan Pablo Cárdenas >
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La competencia electoral ha permitido develar mejor la condición real de nuestro país gracias a la diversidad de candidatos y la exposición de éstos ante los medios de comunicación. Al mismo tiempo que hemos conocido interesantes diagnósticos e idearios, también ha quedado patente la total insolvencia de muchos contendientes, la precariedad de sus programas, como sus demagógicos planteamientos. Con la propaganda multimillonaria y superficial que invade ciudades y pueblos se ha reiterado, una vez más, la intención de los partidos políticos de permanecer sumergidos durante estas contiendas, conscientes de su alto y bien ganado descrédito, como de su empeño en conquistar el voto más irreflexivo de la población. Esto es, el apoyo de quienes solo aspiran, como en el juego, a sentirse ganadores, cualquiera sea el candidato o candidata que les ofrezca tal posibilidad. “Votar a ganador”,  aunque después nuevamente deban constatar cómo las promesas electorales se hacen agua.

Financiada por el Estado para impedir las graves asimetrías entre los aspirantes pobres y los pudientes, lo cierto es que nunca hemos apreciado mayores diferencias en los recursos propagandísticos de unos y otros, gracias a la puerta que la propia política le deja abierta a los empresarios para poder aportar erogaciones a candidatos y partidos que finalmente rebajan de sus utilidades y, por ende, de sus impuestos. Si ya hay algo nítido en esta contienda es a quienes están apoyando las entidades patronales, lo que se traduce también en la enorme y bochornosa cobertura ofrecida por los medios informativos que controlan a las candidatas del oficialismo y de la rebautizada Nueva Mayoría.

En efecto, estos meses de campaña han servido para evidenciar, además,  la enorme inequidad que afecta al conjunto de nuestra población en cuanto a la distribución del ingreso, el acceso a la educación, la salud y la vivienda, entre otros derechos considerados fundamentales en el discurso político. Una injusticia que se hace flagrante entre las distintas regiones, si se compara los sueldos de hombres y mujeres, como la sideral distancia de los ingresos y prerrogativas de la “clase política” como de las Fuerzas Armadas en relación a los otros funcionarios del Estado. La postulación de al menos cuatro candidatos con discurso vanguardista le ha permitido a los chilenos enterarse de tantos millones de compatriotas que aún no salen de la pobreza, de la realidad de una población altamente endeudada con los bancos, así como burlada por el sistema de pensiones, las isapres, las grandes tiendas, las farmacias, los colegios y universidades que lucran con sus aportes. Con la complicidad, ciertamente,  de los gobiernos y parlamentarios que han sacralizado, en 24 años, el régimen económico, social y cultural impuesto por la Dictadura. Desgraciadamente, la participación de tanto candidato autodenominado de izquierda e, incluso, de revolucionario, demuestra, además, la profunda crisis que afecta todavía al progresismo chileno entrampado por los individualismos, el capillismo ideológico y la corrupción de no pocos caudillos y dirigentes.

Somos de un país que presume de pertenecer a la OCDE, aunque deba quedar en los en los últimos lugares en cuanto a los índices socioeconómicos y educacionales  de quienes conforman este grupo de naciones. Un Estado que se ufana de recibir una de las más millonarias inversiones foráneas del Tercer Mundo, pero que ofrece sus yacimientos, mar, bosques y vertientes de agua dulce a empresas que agotan inmisericordemente nuestra reservas, casi no pagan tributos y generan mucho menos mano de obra que las actividades  de la mediana y pequeña producción.  Es evidente que el dispendio electoral de quienes han compartido el poder político en La Moneda y el Parlamento tiene explicación en los aportes de las empresas mineras, de servicios  y financieras  enseñoreadas a lo largo y ancho de todo nuestro territorio y pretendida soberanía. Ello es lo que explica, por lo demás, la indolencia de las autoridades respecto de los graves atentados contra el medio ambiente, como del consumo y salud de la población.

Permanecemos cautivos de intereses creados que retrasan el desarrollo de energías limpias, la inexplicable ausencia de un plan de generación eléctrica en una zona del mundo en que los vientos, el sol, las mareas, la fuerza de las aguas y la geotermia  son pródigos y bien repartidos. Contrario de lo que se predica, los dos últimos gobiernos lo que han desarrollado son centrales a base de carbón de pésima calidad y altamente contaminantes, afectando la vida de los pescadores artesanales, de los agricultores y la calidad del aire y el agua de no pocas ciudades y pueblos.

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