Este 2020 ha sido uno de los años intensos que nos ha tocado vivir como humanidad; sobre todo, por el ataque directo a la arrogancia y a la soberbia que nos había dotado de una superioridad invencible, pues estábamos convencidos que nada podía alterar nuestros estilos de vida; y, sin embargo, un virus que ni el ojo humano es capaz de ver, nos han confinado un año entero, ha logrado alterar la economía mundial y nos ha vuelto al estado de vulnerabilidad como todo lo que habita el planeta.

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Aprendizajes miles… dolores intensos, temores insospechados a encontrarse de cara con la muerte; adolescentes y niños perdiendo los beneficios del encuentro cotidiano con la tierra, con juegos colectivos e inclusive con la tan cuestionada escuela. Solo caminar por el barrio, ir de compras, visitar amigos y familia, se convirtió en horas anheladas. Cuánto valoramos aquellos desapercibidos detalles a los que no tomábamos en cuenta en nuestra acelerada vida.

Cuántas familias se unieron y sobrevivieron, otras no tanto y quizás cuántas resistieron un tormento doloroso, cuántas mujeres sufrieron íntimos dolores; lo mismo pudo haber llevado a niños a lidiar con el abuso sin ser escuchados.

Cuántas nuevas redes aparecieron, cuántos desconocidos compartiendo stickers, cuántos vecinos/as ofreciendo sus productos, sus juguetes, ropas; cuántas recetas aprendimos a hacer, cuántas plantas y pequeños huertos regamos.    

Cuánto de planeta descansó de la especie humana, de su basura, de la usurpación del espacio, en fin, cuántas imágenes de animales disfrutando sin la amenaza tan presente a la que estaban acostumbrados.

¿Cuánto nos costó el 2020?… vidas humanas, pobreza, cambios culturales, podríamos decir una realidad. Si tan solo pudiéramos reconocer nuestras responsabilidades, podríamos admitir un año de grandes aprendizajes, un año que nos hizo pensar que necesitamos un cambio civilizacional.

Un virus que ni el ojo humano es capaz de ver, ha recorrido el mundo como un fantasma… tal vez, es el mismo fantasma que alguna vez nos alertaran; aunque ahora, no solo están en juego las cadenas, sino las propias manos que la sostienen y las vidas que las portan.

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Imagen: Huawei / Agencia Uno