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El valor de la amabilidad
“Puesto que soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”, Mahatma Gandhi. <b>Por Verónica Zamorano.</b><br/>
Nuestros abuelos y padres solían hablar de lo sencillo que era ser amable con los demás, y esa cultura de vida la transmitimos a nuestros hijos, o al menos lo intentamos. Pero ¿qué significa ser amable?; ¿cómo definimos el valor de la amabilidad?
“Amabilidad” se define como calidad de amable y una persona amable es aquella que por su actitud afable, complaciente y afectuosa, es digna de ser amada. Todos podemos ser amables en ocasiones y por diversos motivos y conveniencias, pero esta amabilidad, la más común, es la que tiene que ver con las formas y las normas de conductas establecidas y aceptadas por la sociedad, y no con la amabilidad como valor, como disponibilidad permanente, libremente asumida, ejercida y sin finalidad, aquella que surge de los sentimientos y que para muchos está en desuso.
Hablar de amabilidad como valor supone hablar de amor, puesto que los actos de amor se traducen en expresiones de respeto, consideración, aceptación, tolerancia, empatía, generosidad, solidaridad, comprensión, en definitiva, en dar felicidad y alegrarse por el éxito de los demás. Si como sociedad somos capaces de llevar a la práctica estas disposiciones afectuosas, consideradas y amigables, no tardaremos en convertirlas en sólidas actitudes que nos persuadan a pensar, sentir y comportarnos con amabilidad.
No olvidemos que la amabilidad es siempre un claro exponente de madurez y de grandeza de espíritu, dado su carácter universal, integrador y de cálido acercamiento a los demás seres de la creación. Pero tampoco olvidemos que es frágil y que sólo germina en terrenos, climas y condiciones especiales, siendo el hogar, y luego el colegio, los terrenos más indicados para la formación de sentimientos positivos como el afecto, la alegría, la confianza, la aceptación y la seguridad.
A quién no le gustaría que al salir de casa el vecino le dedicase una sonrisa y no un gruñido; que el chofer de la locomoción pública lo saludara con cordialidad y no con cara de pocos amigos; que se valorara cuando los más jóvenes ceden su asiento a los mayores, a las embarazadas o una mujer con su hijo en brazos, y que se desaprobara cuando esto no ocurre o cuando se apartasen a empujones en la puerta del microbús; que los dependientes de casa comerciales y de los servicios públicos lo atendiesen con amabilidad y no lo condenaran a la invisibilidad.
Tengamos siempre presente que son estas pequeñas cosas las que le cambian el color y la música al día, las que modifican nuestro estado de ánimo y aumentan o disminuyen nuestra calidad de vida. La amabilidad como valor es una actitud, un modo habitual de ser, de comportarse, la manera más sencilla, delicada y tierna, de cambiar la red de relaciones que nos unen. No esperemos descubrir su real importancia en esa etapa de la vida que antes llamábamos “vejez” y hoy llamamos “tercera edad”.
Recordemos que la amabilidad siempre vuelve al lugar desde donde partió.
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UTPL VIA Comunicaciones