Inclusión educativa: Un desafío en contexto de pandemia

Inclusión educativa: Un desafío en contexto de pandemia

22 Julio 2020

En estos momentos de emergencia, incertidumbre y temor, los actores educativos se han visto afectados en diversas formas. 

Dayana Araya Vergara >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Actualmente, Chile se encuentra respondiendo a la emergencia sanitaria de pandemia por Covid-19, situación que ha desafiado el contexto educacional y nuestra capacidad de respuesta a cambios que exigen de cada uno de nosotros el máximo de sus recursos para brindar a otros los espacios de crecimiento que les son legítimos, especialmente cuando dichos espacios formativos atienden un estudiantado diverso y han de resguardar la educación para todos y cada uno de los estudiantes; una expectativa que en la virtualidad improvisada desde la suspensión de la presencialidad, puede bien no responder a las múltiples necesidades educativas de nuestra comunidad y asegurar el acceso a todos y todas a las instancias de educación formal.

En este sentido, a nivel legislativo, Chile ha evidenciado avances respecto de la atención a la diversidad en aula. Si bien la Constitución Política de la República de Chile, en su Artículo 19, número 10, sobre Derecho a la Educación, establece que la educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la persona en las distintas etapas de su vida, también es cierto que ese pleno desarrollo se ha fortalecido con el paso de los años, el reconocimiento de los derechos y deberes de la comunidad educativa y el Estado frente a un estudiantado con distintas necesidades de aprendizaje con base en la validación de la educación impartida sin discriminación y en igualdad de oportunidades. Esta manifestación toma forma en las legislaciones vigentes que, si bien no han significado la supresión de la segregación, sí asentó las bases para el camino hacia la inclusión educativa; y que a 5 años desde la promulgación de la Ley de Inclusión Escolar (Ley N.º 20.845 – 2015), enfrenta el contexto de pandemia que remece los avances iniciales con esta deuda social y que de manera preocupante ingresa a las aulas y atenta contra el aseguramiento del proceso educativo.

En estos momentos de emergencia, incertidumbre y temor, los actores educativos se han visto afectados en diversas formas. El paso desde lo presencial a lo virtual parece ser en primera instancia el cambio esperado para responder al proceso de pandemia procurando “aplanar la curva”. Sin embargo, lo que vemos aplanarse es el acceso igualitario al proceso de educación formal, ya que este cambio drástico ha puesto en evidencia limitaciones que en lo presencial se sostenían y superaban por medio del trabajo diario emergente de todos los actores educativos. Al respecto, se podría bien pensar en algunas situaciones que se enfrentan en estos momentos, tales como: manejo de las tecnologías de comunicación e informática por parte de la comunidad educativa, apoyo y acompañamiento familiar, participación efectiva del profesional de apoyo a la docencia, adecuación curricular en instancias de emergencia sanitaria, tenencia de equipos de tecnología para la comunicación en red, acceso a internet, espacios efectivos en el hogar para el estudio, mediación efectiva de los aprendizajes, entre otros. Todo lo señalado y más, difícilmente permite sostener las bases del camino hacia la inclusión educativa, por el contrario, dejan a quienes más lo necesitan en un aislamiento devastador, donde la educación responde a todas las pantallas conectadas pero no a cada uno de los estudiantes y, por lo tanto, segrega sobre la marcha a quienes no puedan – por variados motivos – participar de este nuevo y emergente proceso educativo, con todo y su desaliñada – y por ahora desamparada –  inclusión educativa.

Habiéndose señalado que la inclusión educativa en el actual contexto de pandemia se ha visto afectada desfavorablemente, se podría continuar desdeñando la pérdida del aseguramiento del acceso a la educación en igualdad de oportunidades. No obstante, se debe también reconocer que muchos actores educativos – docentes, estudiantes, profesionales de apoyo, entre otros – han procurado, desde sus recursos personales, sostener lo inimaginable y levantar sobre sus hombros la educación virtual formal en el país, usando sus fuentes de internet en el hogar o sus datos móviles, aquiriendo materiales para ajustes curriculares. Además de estás exigencias, los docentes deben compatibilizar el cuidado de la familia y la intromisión del trabajo en el hogar, flexibilizando sus horarios 24/7, saturando la memoria de sus aparatos de telefonía, respondiendo a cada mensaje de chat o correo electrónico que colapsa sus bandejas de entrada, postergando el almuerzo y dejando de lado el el tiempo requerido para ello, usando los ahorros en equipo computacional y posponiendo la propia vida para asegurar que cada estudiante pueda participar de la educación a la que tiene derecho.

Observemos entonces el panorama de manera general: Los estudiantes han visto interrumpidas sus actividades regulares, los docentes se presentan ante un escenario educativo nuevo e inesperado, los profesionales de apoyo a la docencia deben recrear su labor en emergencia, las familias abren la puerta de sus casas para la llegada del aula virtual, los equipos directivos desafían su manejo y liderazgo sobre las acciones de proceso. En forma extensa, todos los actores del proceso educativo se han visto remecidos en forma profesional y personal por los estragos de la pandemia y las medidas sanitarias para minimizar los contagios, realizando el cierre prácticamente mundial de los jardines, escuelas y liceos, lo que afecta el avance de la educación. Chile, como todos los países, ha reaccionado, procurando que los procesos de enseñanza y aprendizaje se mantengan a través del tiempo promoviendo la continuidad durante la emergencia sanitaria internacional. Sin embargo, el cierre de los espacios educativos presenciales ciertamente provoca pérdidas cuyos efectos perdurarán en el tiempo tales como deserción escolar, el retraso en el logro de los aprendizajes, diferencias en el servicio de oferta y demanda educativa, aumento en la desigualdad educativa, disminución de la movilidad social, por señalar algunos, que sin importar los esfuerzos que se realicen, dejarán huella en la educación y formación de los ciudadanos del país y que inevitablemente menoscaban el avance de la inclusión educativa.

A tal haber, la desigualdad y segregación educativa ya existentes que se han intentado erradicar, se verán incrementadas visiblemente como efecto de los embistes del contexto de pandemia. Esto generará retrocesos en el alcance de la inclusión educativa, la suspensión o entrega parcial de apoyos pedagógicos - estimulación temprana, compañía a las familias - y más allá de todo servicio educativo, la pérdida del ámbito que para muchos es un refugio que los aleja de la inequidad social y cobra vida como fuente del crecimiento humano.

La inclusión educativa se encuentra en crisis, Chile cuenta con normativas de resguardo, empero todos los países han visto agravada la exclusión en educación, cuando la solución inmediata al cierre de los establecimientos escolares es la educación a distancia, el aprendizaje en línea, lo que resulta en la segregación de los estudiantes que no cuentan con los requisitos mínimos para su implementación, entendidos estos más allá del computador y la conexión a internet y abarcando aspectos habitacionales, alimenticios, familiares, socioemocionales y más. Estos elementos afectan las oportunidades de aprendizajes de los estudiantes y que durante la pandemia se han acrecentado; no se sabe y -quizás nunca se sabrá- cuantas mentes se encuentran hoy en la obscuridad que produce el cese de sus experiencias de aprendizajes formal, cuánta genialidad se encuentra atrapada entre el lavado de manos, el temor por el contagio, la cesantía familiar, el abandono del cuidador, el hambre de la mañana, el reconocimiento cultural, el anhelo de amor y todo aquello que se vuelve prioridad relegando en segundo, tercer y hasta en último plano la educación a distancia en emergencia sanitaria. Entonces, resulta imposible incluir algo más en una lista interminable de faltas y limitantes que pueden vivir los estudiantes, exponiéndose entonces la vulnerabilidad de nuestra sociedad y de los sectores más desfavorecidos, en una realidad terrorífica que profundiza la vieja y sangrante herida de la exclusión educativa que la humanidad parece condenada a perpetuar. Hemos de preguntarnos ¿Saldremos fortalecidos y enfrentaremos una próxima emergencia de estas magnitudes con éxito? ¿Podremos sobreponernos al impacto futuro de la afectación mundial y local en el ámbito educativo?. Muchos son los cuestionamientos que surgen al mirar de frente la catástrofe que afecta a los estudiantes de hoy, complejas son las respuestas que intentan resolverlas, esperanzador es el deseo de que no se pierda el camino iniciado – hace tan poco tiempo– por el derecho a la inclusión educativa efectiva.

De esta forma, muchas acciones son cuestionables en cuanto a la respuesta frente a los cambios sociales producidos por esta emergencia sanitaria mundial que enfrentamos, tanto en lo relativo a las políticas de acción estatales como a la respuesta individual de los actores del proceso educativo. sin embargo, algo que no podemos dejar de evidenciar es el reconocimiento y recordatorio innegable –que suele manifestarse en toda emergencia– de que la educación es responsabilidad de todos, de que la brecha de acceso equitativo aún es un sueño a seguir, que la igualdad de oportunidades supera las implicancias legales y accede a la fibra intima del reconocimiento personal del otro en cuanto a su condición humana. La inclusión educativa en tiempos de pandemia se sostiene estoica frente a la adversidad, intentando sobreponerse a la separación social que se solapaba en lo declarativo y que, fuera de ese resguardo, en este dificil contexto de incertidumbre, nos permite ver el enorme compromiso social que todos y cada uno de nosotros debemos asumir para que sus cimientos fundamentales sobrevivan a la pandemia.