¡¡Gracias querido Santo Padre!!

¡¡Gracias querido Santo Padre!!

03 Marzo 2013

El 19 de abril de 2005 se unía a la larga cadena de sucesores del apóstol Pedro y ahora 28 de febrero de 2013, se preparó a dejarnos, en espera de que el timón de la barca de Pedro pase a otras manos.

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Hace un par de semanas nos vimos totalmente sorprendidos por la renuncia del Papa Benedicto XVI al ejercicio del ministerio petrino y como Obispo de Roma, cosa que no sucedía en la Iglesia desde la Edad Media. Ello ha sido el fruto de un profundo análisis personal que ha hecho en la presencia del Señor, a la luz de las serias dificultades de su deteriorada  salud y ,al mismo tiempo, de las enormes necesidades y desafíos que hoy enfrenta la gigantesca tarea evangelizadora de la Iglesia en el mundo entero. El despojarse de su tarea y condición de Sucesor de Pedro, ha sido un gesto de humildad que nos ha conmovido en el alma. No podemos ver en tal difícil y dolorosa decisión, otra cosa que no sea su incondicional amor a la Iglesia de Jesucristo, y a la sagrada y delicada misión salvadora de la humanidad, que el mismo Señor encargó a San Pedro. Cómo no agradecer este testimonio de valentía, honestidad y profunda responsabilidad. Con ello nos ha recordado a todos, y en especial a quienes ejercemos alguna autoridad, que al igual que Jesucristo hemos sido investidos de ella “no para ser servidos, sino para servir y dar la vida”. En todo ello podemos percibir un signo de la santidad de vida del Santo Padre, con la cual Dios le ha bendecido.

Por estos días sin embargo, tanto algunos medios de comunicación, como diversidad de opinólogos a nivel nacional o internacional, han querido ver en esta admirable y transparente renuncia, oscuras situaciones y gravísimos hechos al interior del Vaticano que habrían terminado por desanimar al Papa. Como bien ha afirmado la Oficina de Prensa de la Santa Sede, las únicas razones de su renuncia son las que él mismo y solo él ha expresado. Todo lo demás es fruto de invenciones grotescas y de la fantasía novelesca, como de una insidia sistemática en contra de la Iglesia, que proclamado además sin prueba alguna, no debemos sino rechazarlas y condenarlas como fruto de burdas mentiras. Son los mismos que ante la elección del Papa Benedicto, quisieron desprestigiarlo desde un principio, luchando por instalar en estos años una falsa imagen de su persona, y así exponerlo más fácilmente a una crítica a ratos despiadada, en lo posible acallar y cuestionar su mensaje, relativizar su autoridad moral, y debilitar su ministerio de Sucesor de Pedro. Hoy día debemos reconocer que nada de lo anterior hacía justicia a este Pastor santo y bueno, que muchísimos ahora sienten o lloran su partida; que no obstante todo, no lograron minar ni la unidad, ni la fe, ni la pasión evangelizadora de los fieles y comunidades esparcidos por el mundo.

Hoy podemos afirmar que en la persona del Papa Benedicto, el Señor regalo a su Iglesia un pastor universal de cualidades extraordinarias. Ante todo el testimonio de su vida cristina, su disponibilidad para servir en donde se le encomendó, su enorme sabiduría filosófica, teológica y pastoral que le ha permitido responder a los grandes desafíos que la cultura plantea a la evangelización hoy, y la admirable fortaleza y determinación para enfrentar situaciones complejas y dolorosas suscitadas por clérigos en el interior de la Iglesia. A ello hay que sumar muchas decisiones que han venido transformando positivamente tanto la gestión interna de la Iglesia, como su modo de relacionarse con el mundo.

Debemos agradecer su constante preocupación por recordarnos cuál es la finalidad primera y última de la Iglesia, las exigencias y prioridades que de ello se desprenden y sus consecuencias para la vida cristiana de los fieles, y de su rol en el anuncio de Jesucristo en el mundo actual. Sus cartas encíclicas son una tremenda profesía sobre el mundo que vivimos, la causa de sus grandes males y sufrimientos, y la propuesta de unos cielos nuevos y una tierra nueva para todos, basados en los grandes principios del Evangelio. En esas cartas y en todo su Magisterio, no se cansó de anunciar a Jesucristo como el único capaz de develar la verdad sobre el hombre, y dar respuestas de vida plena a los justos anhelos, que se suscitan en el caminar de la humanidad hacia su destino común y eterno. En todas ellas, nos señaló en forma inequívoca que la opción por los pobres y los excluidos y el compromiso con la promoción integral de las personas, forman parte de la naturaleza misma de la Iglesia que Cristo fundó. Es por ello que su voz ha resonado fuerte y clara a la hora de denunciar las graves situaciones de injusticia, explotación, miseria y violencia que oprimen a no pocos pueblos, y sus dolorosas consecuencias para las personas.

Entre las causas de estos males nos ha señalado el Papa, está la progresiva pérdida de valores que son esenciales para construir una auténtica humanidad. Entre ellos, el intento de poderosas corrientes de pensamiento por desplazar a Dios de todo proyecto político, social, económico, cultural y científico. De querer encerrarlo en las sacristías, de reducirlo al silencio haciendo oídos sordos a su Palabra de mandatos. De disponer de una libertad ilimitada, sin referentes éticos universales que todos respetemos, ni siquiera los que exige la naturaleza misma del hombre, para construir sociedades a la medida de intereses de grupos, de mayorías coyunturales, de opinión pública manipulable.

Así, arrancado Dios del corazón, cada uno se transforma en el dios de sí mismo, en donde sus diversos apetitos, pasiones e intereses se vuelven, en nombre de una falsa tolerancia en norma absoluta de vida, pero no pocas veces impuesto de modo intolerante a los demás. Benedicto XVI no ha cesado de advertirnos que cuando se desprecia a Dios, más temprano que tarde se termina despreciando a la persona humana, la vida y su dignidad, el amor auténtico y su rol en la unión y felicidad de las familias. Por esto,no debiera sorprendernos una sociedad más individualista, indiferente ante el dolor humano ypor eso más violenta. Solo en la medida en que nos sumergimos en el misterio de Dios, podremos acercarnos a la verdad última sobre el hombre, descubriendo quiénes somos, cuál es nuestro origen, de qué estamos hechos, qué es lo que nos hace profundamente felices, que es lo que nos destruye y aniquila, y cuál es nuestro destino de plenitud después de esta vida. ¿Será entonces auténticamente humano un proyecto histórico, que de algún modo no considere estos aspectos que son fundamentales para toda persona?. No basta entonces el éxito económico para un mundo feliz. En este tiempo de cuaresma, el Señor ha dicho que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra salida de Dios”.

Con gran emoción los 1300 millones de católicos que conformamos la Iglesia de Jesucristo en cerca de 6.000 diócesis en el mundo entero, nos hemos unido hoy en torno a la persona del Papa Benedicto XVI, para manifestarle una vez más, y a través del valor sublime de la eucaristía, nuestro profundo afecto y viva gratitud por su testimonio de abnegado servicio apostólico, por el bien de la Iglesia y de toda la humanidad.

Amado y venerado Sucesor de Pedro, estamos aquí para darle las gracias por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de pontificado. El 19 de abril de 2005 se unía a la larga cadena de sucesores del apóstol Pedro y hoy, 28 de febrero de 2013, se preparó a dejarnos, en espera de que el timón de la barca de Pedro pase a otras manos. Así continuará la sucesión apostólica que el Señor prometió a su Santa Iglesia, hasta que resuene en la tierra la voz del Ángel del Apocalipsis que proclamará: “No hay más tiempo... se ha cumplido el misterio de Dios”. Terminará entonces la historia de la Iglesia, junto con la historia del mundo, con la llegada de cielos nuevos y nueva tierra.”

“Para mí también - ha afirmado hoy el Papa- ha sido una alegría caminar con vosotros estos años, en la luz de la presencia del Señor Resucitado. En estos ocho años hemos vivido con fe momentos hermosos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto con momentos en que en el cielo se ha espesado alguna nube. Hemos tratado de servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro ministerio. Hemos dado la esperanza que viene de Cristo, y la única que puede iluminar el camino. Juntos podemos agradecer al Señor que nos ha hecho crecer en la comunión y juntos pedirle que os ayude a crecer siempre en esta unidad profunda.

“Me gustaría dejaros - ha añadido el Santo Padre- una frase muy sencilla, que me gusta mucho: un pensamiento sobre la Iglesia, sobre su misterio, que constituye para todos nosotros - podemos decir - la razón y la pasión de la vida. Es de Romano Guardini, y dice así: "La Iglesia no es una institución ideada y planificada, sino una realidad viva. Vive a lo largo del transcurso del tiempo, en devenir, como cualquier ser vivo, transformándose. Sin embargo, en su naturaleza sigue siendo la misma: su corazón es Cristo. Si pienso en la multitud de la Plaza San Pedro que vimos ayer, veo que la Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y vive verdaderamente de la fuerza de Dios. La Iglesia está en el mundo pero no es del mundo: es de Dios, de Cristo, del Espíritu. Lo vimos ayer. Por eso, es también verdadera y elocuente otra célebre frase de Guardini: "La Iglesia se despierta en las almas." La Iglesia vive, crece y se despierta en las almas, que - como la Virgen María - acogen la Palabra de Dios y la conciben por el poder del Espíritu Santo. Ofrecen a Dios su propia carne y, justo en su pobreza y su humildad, se vuelven capaces generar a Cristo en el mundo de hoy. A través de la Iglesia, el misterio de la Encarnación permanece presente para siempre. Cristo sigue caminando a través de los tiempos y de todos los lugares”

“Permanezcamos unidos, queridos hermanos en este misterio. Sobre todo en la Eucaristía y en la oración diarias, para servir a la Iglesia y a toda la humanidad. Esta es nuestra alegría, que nadie nos puede quitar”

Y que el Espíritu Santo, que es quién conduce a la Iglesia, nos regale un nuevo Pastor Universal que guíe a la barca de Pedro según el corazón de Jesucristo y la protección materna de María Santísima, para que en Él la humanidad tenga la vida plena que tanto anhela. Lo hacemos confiados en aquellas palabras de Jesús al Apóstol Simón: “Tu eres Pedro, que significa piedra, y sobre ti edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no podrá contra ella”. Y no tengáis miedo, porque yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.