¿Política de los Acuerdos o Colusión en la Política?

¿Política de los Acuerdos o Colusión en la Política?

27 Julio 2011

Los ciudadanos legítimamente se preocupan, ya que sienten que no son parte de la política de los acuerdos. Veamos por qué.

Vivienne Bachelet >
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Acuerdo:

Real Academia Española: Resolución que se toma en los tribunales, sociedades, comunidades u órganos colegiados. Resolución premeditada de una sola persona o de varias. Convenio entre dos o más partes.

Colusión:

Real Academia Española: Pacto ilícito en daño de tercero.

Como se puede apreciar, las definiciones de estas dos palabras que han aparecido insistentemente en la agenda pública de nuestro país en los últimos tiempos dan para reflexionar. ¿Estamos frente a una noble iniciativa de la clase política con el propósito de encontrar un terreno común para fomentar el bien colectivo? ¿O estamos frente a la reiteración de una práctica que contumazmente deja fuera de las decisiones más importantes que afectan a la sociedad a las grandes mayorías nacionales?

La respuesta a esta pregunta no es irrelevante. No importa cuál sea la verdadera intención de quién hoy diga, desde algún cargo de representación política, “necesitamos volver a la política de los acuerdos”. Porque ya no es la intención o la subjetividad de quien lo dice lo que cuenta; en última instancia, es lo que la gente percibe que está detrás de tal declaración.

Desde 1989, cuando se negociaron grandes cosas, desde la preservación constitucional del sistema binominal, pasando por la mantención de Pinochet como comandante en jefe del Ejercito, hasta la mantención del Tribunal Constitucional, hemos visto como algunas personas han negociado, para bien y para mal, el destino de varias generaciones sucesivas de chilenos. Esa fue la época del Partido Transversal, constituido por unos pocos, selectos y privilegiados próceres de los cuatro partidos principales de la Concertación de Partidos por la Democracia. Fue también la época de la desactivación de las organizaciones que lucharon por el NO.

Después vino el período de la apertura económica del país, de los grandes tratados de libre comercio con diferentes partes del mundo. A nadie nunca se le preguntó si estaba de acuerdo o no. Se nos dijo que eso era bueno para el país, cuestión que se repitió como mantra una y otra vez. Puede que haya sido bueno, pero la verdad es que si usted no estaba en la cúpula del partido político, o en los cuadros técnicos altos de los ministerios involucrados en la cuestión, nunca se enteró de los argumentos a favor o en contra de una política de apertura comercial que, nuevamente, habría de incidir en el destino de varias generaciones sucesivas de chilenos.

Luego vinieron otras cosas más: las concesiones viales y la reforma de salud llamada AUGE, por ejemplo. Nos encontramos con una decisión tomada respecto del modelo de desarrollo que se instalaría en Chile y todos apreciamos que era mucho mejor andar en autopista concesionada que en carretera de una vía, pero nunca discutimos en colectivo las repercusiones futuras que esta política iba a tener. El AUGE, que fue resistido por los gremios de la salud, también se impuso y, como resultado de “grandes acuerdos” con la derecha en el Congreso, como tantas otras veces había pasado, lo bueno que tenía – el componente de solidaridad – terminó siendo sacado en el devenir de una negociación larga y tortuosa.

Por último tuvimos las comisiones: de pobreza, de reforma previsional, de educación, etc. La presidenta se preocupó de incluir más actores sociales y gremiales en dichas comisiones, de tal modo que estas no parecieran tan sesgadas desde la técnica. Pero su resultado final no fue diferente de lo ocurrido en los 15 años anteriores: los acuerdos finalmente fueron sellados por técnicos y bajo la tutela de la derecha política y económica. Entonces los secundarios quedaron resentidos, los cambios postergados, y las promesas de igualdad de oportunidades, soslayadas.

Todas estas cosas se fueron haciendo y todas fueron “acordadas” entre los dos grandes conglomerados políticos hegemónicos: la derecha, en primera instancia, con su poder de veto en el Congreso y con su concentración de poder político, económico y de medios de comunicación; y la Concertación, en segunda instancia, con su poder de iniciativa desde el Ejecutivo y su maquinaria electoral binominalizada. En el intertanto, la gente quedó en el camino, protestando de vez en cuando, alejándose siempre más de la política, sintiendo que su voz se tornaba crecientemente irrelevante.

Cuando aparece el tema de las farmacias coludidas, la opinión pública se entera del escandaloso “acuerdo” al que llegaron las tres grandes cadenas para lucrar a costa de la gente que necesita comprar remedios. El problema es que la conducta de esos actores no era más que el reflejo de lo que se venía haciendo desde hace décadas en nuestro país: la colusión en el ámbito económico y la colusión en el ámbito político. ¿Por qué se habría de castigar a los gerentes de las cadenas de farmacias cuando todo el mundo sabía que en todo orden de cosas unos pocos se han concertado entre ellos para, como dice la RAE, actuar ilícitamente en daño de tercero?

Usted me dirá, ah, pero una cosa es actuar a espaldas de la ley, y otra es converger en torno a intereses comunes sin contravenir la ley. El problema es que, y nuevamente citando a la Real Academia Española, “ilícito” es aquello que no es permitido ni legal ni moralmente. El tema de fondo es que la política de los acuerdos terminó siendo, a ojos de la ciudadanía, una inmoralidad.

La política de los acuerdos es criticable porque parte de una renuncia basal a inducir la crisis institucional. La Concertación se amarró en el mismo momento en que negoció la reforma de la Constitución de 1989 y especialmente cuando no logró anticipar que la consagración del sistema binominal sería la fundación sobre la cual se instalaría la colusión en la política. Se nos dijo que lo más importante era la estabilidad política del país, pero no se nos advirtió que esa hipoteca iba a durar más de 20 años.

Es inmoral una política de los acuerdos que se hace a espaldas de los ciudadanos. Pero la única crítica política honesta que se puede hacer 22 años después a quienes proponen que la solución al rechazo que tiene la gente a los políticos es reinstalar la idea de la política los acuerdos, es responder con convicción absoluta que la recuperación de la política para los ciudadanos pasa por deshacer el error histórico que significó negociar la transición a la democracia de la forma como se hizo. Eso requiere un coraje que esperamos ver hoy, en 2011, en nuestros líderes políticos. El momento en que los veamos actuando con arreglo a esta idea, las palabras “acuerdo” y “colusión” se separarán y volverán a tener el significado que deben tener en la percepción de la gente, y la política dejará de ser vista como una degradación y se entenderá como parte de la construcción civilizatoria de nuestra sociedad.

Publicado por Vivienne Bachelet en En Nombre de la Madre