Atacama: Distopía y la cuestión constituyente

09 Julio 2020

¿Qué debe considerarse como esencial en la Atacama post pandemia?

Nicolás Puelles >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

 “Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso” F. Hölderlin

Pensar en la situación de emergencia sanitaria que afrontamos hoy, es situarnos en un espacio donde la contraposición de múltiples visiones sobre el cómo se debe actuar se ha transformado en el compás de una melodía colectiva. Ante ello, gran parte de nuestra construcción discursiva ha dado cuenta de la existencia del miedo como un fenómeno en común de la humanidad, al que resulta muy difícil no atribuir a un determinado grupo la responsabilidad de este fenómeno. Al parecer hay algo más intrínseco, como el temor a lo desconocido y todo lo que ello conlleva. El miedo nos puede movilizar o inmovilizar. 

Entendiendo, el miedo como una causal fundacional que puede guiar o motivar a las conductas humanas –ya sea como detonador o apaciguador-, me ubicaré en ese sitial para centrar el objeto de esta columna de opinión a lo que guarda relación con el desafío de abandonar la distopía[1] imperante al reinventarnos como grupo social, en un escenario que escapa de lo corriente, caracterizado por ser presa fácil de estimaciones dignas de ser consideradas en futuros proyectos audiovisuales de industrias creativas: ciencia ficción pos apocalíptica atacameña.

Dentro de esos millones de escenarios ficticios posibles que podríamos imaginar, quiero ubicarlos en el que responde a la pregunta ¿Qué debe considerarse como esencial en la Atacama post pandemia?, los efectos de la emergencia sanitaria ya han abierto el debate público hacia la ponderación de derechos fundamentales (tales como la vida, la propiedad, las libertades individuales y la seguridad social) y la lógica de la presencia o intervención estatal, abordando temáticas que podríamos identificar como de interés nacional, erradicado y analizado en un orden eminentemente centralizado.

Pero, ¿Qué hay desde Atacama hacia Atacama?

Veamos un poco de lo que hay. Hasta el momento, la región es una de las tres unidades administrativas con menos contagiados en la estadística chilena de infectados, lo que se atribuye no sólo a una razón de gestión en la emergencia, sino también a características propias de la zona geográfica, como también del ecosistema político y biológico que se nos presenta en el desierto. Literalmente estamos en valles-islas.

Estas referencias tan identitarias, no sólo generan escenarios distintos a los del nivel central, sino que también al momento de generar soluciones institucionales -en razón del capital de trabajo y los medios físicos disponibles- donde su eficacia y eficiencia pueden variar dependiendo de la ubicación geográfica de los intervinientes. No es lo mismo diseñar y ejecutar una política pública en Diego de Almagro, que en Maipú o San Bernardo.

Prueba de lo manifestado, es lo que pudimos observar en los distintos aluviones que Atacama ha afrontado en el último tiempo, donde el azar natural puede transformarse en un elemento profundamente desigual, y es allí –frente a este tipo de contingencias- donde las instituciones públicas están llamadas al actuar racional y justo en pos de mitigar dichas contingencias aleatorias que se expresan en el acceso a bienes públicos y el ejercicio de los derechos fundamentales, lo que en síntesis,  termina por ahogar -en cuanto a autonomía institucional- con el clásico cuento de no acabar, en donde Santiago canta una canción asonante a más de 800 kilómetros de distancia de la capital regional, la que terminamos bailando entre todos, con la misión de efectuar la máxima cantidad de piruetas posibles con tal de no producir ningún vestigio de malgasto, para con ello no desperdiciar lo que el aparataje estatal nos ha entregado. Bailamos con las pocas notas y ritmos que alcanzan a llegar desde los músicos capitalinos.

Esta narrativa de progreso diluye y centraliza cualquier espacio para la participación e innovación, dados nuestros cerros que concentran enérgicos e indescifrables colores pasan a ocupar un tono sepia como en las postales de antaño. Nostalgia, nostalgia y nostalgia. La fotografía social hace que nos desencantemos rápidamente y busquemos cualquier vía de escape posible con tal evitar la contemplación de nuestras grietas institucionales, y su filtración del líquido del pseudo conocimiento frente a los nuevos fenómenos sociales que se avecinan.

Tal como se interpreta, no estoy descubriendo la pólvora ni entregando una solución política al problema en cuestión. De hecho, el “romper el cascarón” en cuanto a la descentralización del poder y el desarrollo administrativo del aparataje estatal regional, ya han sido mencionadas por las autoridades nacionales como una causa noble, la que lamentablemente, se terminó por esconderse en las rocas de este árido espacio.

Al menos, así nos lo han hecho notar las reformas constitucionales –en materias de descentralización política y administrativa- de los años 2014 y 2018, las que, si bien han tenido un importante efecto democratizador en instituciones públicas, no obsta para volver a replantearlas dentro de los espacios de poder, por intermedio de los cuales debemos actuar ante una emergencia sanitaria, de lo contrario mantendremos el estándar que las instituciones han adoptado desde el retorno a la democracia: “el llegar tarde”.

Razón, justicia y representatividad

Con lo observado en nuestra realidad local, como seres racionales tenemos una oportunidad maravillosa de replantear las concepciones de cooperación social y justicia, por el momento en cuanto a lo reflexivo, en un tiempo –espero próximo- en la cuestión constituyente.

Común es escuchar frases al estilo de “Nos encontramos bien hoy, pero no lo sabremos mañana” de parte de actores sociales y autoridades. Esta fragilidad humana a la que hacía referencia en el principio del texto, es la motivación principal para generar espacios donde la participación ciudadana, las ciencias y la voluntad política puedan configurar al Estado y la Sociedad Civil, desde y para las regiones, a la espera del reconocimiento de la esencia heterogénea que conforma a Atacama.

Han pasado casi nueve meses desde el inicio del estallido social, donde el motivo central era manifestar en las calles la construcción de un Chile en el que no estuviese ausente la representatividad de cientos de peticiones y la legitimidad de una carta fundamental.

Hoy la cuarentena y el aislamiento social, nos llaman a refugiarnos, y dentro de este espacio de reflexión forzada el cuestionamiento inherente de nuestro actuar como región nos llama a innovar y pensar más allá de las lógicas binarias, dado que mirando a la vuelta de la esquina viene a paso breve, el plebiscito constituyente.   

Es en ese sentido que, afrontar la distopía para desterrarla de nuestro futuro, implica situarnos desde las virtudes y debilidades de Atacama, para observar a nuestro escenario local desde sus entrañas con la misión de estampar su esencia en el ejercicio de nuestra participación en los próximos procesos constitucionales. Nadie mejor sabe que necesita Atacama que la gente que habita en nuestra región, esperemos que el anhelo de cambiar nuestra realidad local no nos haga fracasar en nuestras propias utopías.


[1] Para estos efectos, consideraré la distopía como una sociedad ficticia indeseable en sí misma, vale decir, como el antónimo directo de la utopía. Un espacio sin felicidad, ni libertad.