Nuestra región todos los días desperdicia una fortuna invaluable: su capital turístico. En Atacama, sólo por citar algunos ejemplos visibles o notorios -los “más”-, están el volcán MÁS alto del mundo (el Ojos del Salado), la duna MÁS grande de Chile (el Medanoso) y el desierto MÁS árido de la Tierra. AdeMÁS, aquí se elaboran los mejores piscos y se encuentras dos de las playas MÁS hermosas del país: La Virgen y Bahía Inglesa.
Salvo estas últimas, de la cuales varios empresarios ya han comenzado a sacar provecho (en una próxima oportunidad discutiré si la forma en que lo han hecho es adecuada o no), de los otros lugares, y del pisco, apenas se tienen luces. Ni en pelea de perros, como se dice.
Motivado por conocer una zona que aún no exploro en esta región que tanto apego me genera, como lo es el sector cordillerano donde están el Salar de Maricunga, Laguna Verde y el antes mencionado Ojos del Salado, llamé al par de agencias turísticas que hay para saber “cuánto sale la gracia” de ir. Luego de hablar, colgué sin esperanzas de poder hacerlo. No tengo auto y por lo tanto, en buen chileno, cagué nomás. Fui a la plaza a recrear la vista y hasta ahí llegó mi panorama sabatino. Monotonía absoluta.
Alrededor de 100 mil pesos era lo que me cobraban por un paseo que, si bien incluía una noche de alojamiento -en no sé dónde porque ya no quería ni escuchar-, no ofrecía ninguna maravilla adicional. En esas condiciones sería preferible viajar a Tacna, Catamarca o La Rioja, total, los precios son bastante similares.
¡Un descaro!
Poca difusión y escasa competencia en el sector turístico, me atrevo a decir que esas son las principales causas de que la mayoría de los atacameños ignore las bondades de su región, y de que el turismo en Atacama sea una fortuna echada a su propia suerte.
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