Si Dios no vive en templos de piedra, ¿dónde vive?

Si Dios no vive en templos de piedra, ¿dónde vive?

12 Febrero 2011
Cada uno de nosotros es el templo de Dios, pues Dios vive en nosotros. Por consiguiente, la vida inmortal, el hálito de Dios, está en el fondo primario de nuestra alma. Enviado por Juan Lama Ortega, Radio Santec.
Juan Lama Ortega >
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En la mayoría de las biblias se puede encontrar la siguiente frase: «Dios no vive en templos hecho por mano humana». Esto provoca la pregunta: ¿y dónde vive entonces, si no es en las iglesias de piedra?
Muchas personas creen en la existencia del alma. Ahora se podría filosofar si esto es así o no, pero consideremos por una vez como un hecho el que estemos vivificados por un cuerpo de sustancia sutil que no es de este mundo. Supongamos que en lo más profundo del alma, en dicha sustancia sutil, está la vida, está el hálito, Dios, a quien los seres humanos experimentamos en la respiración.
El hecho de la «vida» no lo deberíamos limitar sólo a la envoltura terrenal, al ser humano, que en algún momento expirará y que no podrá volver a recuperar la respiración al inspirar. La vida es eternidad y a la eternidad la llamamos «Dios» o «Eterno» o «Existencia eterna» o «Eterno SER».
Pensemos tan sólo en la naturaleza. La primavera trae más luz, más sol, y la parte de la Tierra que se orienta hacia el sol vuelve a recobrar vida. La naturaleza comienza a reverdecer y a florecer. ¿Y qué sucede con nosotros? Cuando nos orientamos a la luz, a Dios en nosotros, nuestra alma se vuelve más luminosa; vivimos más conscientemente, nos volvemos más libres y felices; nos tornamos más sinceros, abiertos y justos con nuestros semejantes, porque nos hemos encontrado en Dios, la Vida y somos fieles a nosotros mismos.

Volvamos a nuestro tema: Dios en nosotros, Dios en usted, Dios en mí; cada uno de nosotros es el templo de Dios, pues Dios vive en nosotros. Por consiguiente, la vida inmortal, el hálito de Dios, está en el fondo primario de nuestra alma. La vida fluye a través de nuestra alma. Fluye en nuestro cuerpo celular y nosotros respiramos la vida. Nuestro corazón palpita porque recibe la vida que proviene de la vida omniabarcante: Dios.
Jesús de Nazaret no nos enseñó tradiciones eclesiásticas. Jesús no nos enseñó a tener que ir a templos hechos de piedra. Jesús nos enseñó lo que también dijo a los sacerdotes: «No os hagáis llamar rabí, porque sólo Uno es vuestro Maestro, Cristo». El es la resurrección y la vida en nosotros.
Este artículo no quiere atarle a nada, tampoco hacerle creer algo, ni prescribirle lo que debería de hacer. Aunque sí decirle simplemente: experimente lo que muchos ya han experimentado al encontrar a Dios en sí mismos, convirtiéndose así en personas con las que es posible vivir en común.
Jesús de Nazaret nos enseñó a retirarnos a un lugar tranquilo y a buscar a Dios en el silencio. ¿Pero cómo lo podríamos hacer cada uno de nosotros para encontrar ese lugar o aposento tranquilo? Yo por ejemplo, en mi casa he preparado un pequeño rincón para orar, una mesita pequeña, una silla, una vela. Con el tiempo para mí ha llegado a ser una necesidad el retirarme a rezar allí, o acompañado de música armoniosa ponerme en sintonía y luego dirigir hacia el interior algunas oraciones profundas y fervientes.
Autora: María José Navarro, en "Yo, yo, yo. La araña en la telaraña", editorial Vida Universal.
FOTO: Make Stanne