A las 21.45 hrs, Rodrigo Tapia Salfate cierra sus dos puños, da media vuelta y recibe el aplauso caluroso de las decenas de personas que coparon la catedral de Copiapó para escuchar a la Orquesta Sinfónica Municipal. Acto seguido, y ahora con las manos extendidas, el director le pide uno a uno a sus músicos que se pongan de pie para contemplar la sincera manera en que el auditorio premia el trabajo –sublime, por cierto– que ellos desarrollan en la soledad de sus partituras e instrumentos.
Fueron casi 60 minutos de música celestial que se agradecen; la ciudad paulatinamente adquiere la neurosis que caracteriza a las metrópolis contemporáneas, donde el bullicio de vehículos y taladros impide entrar en armonía con el gran teatro del mundo y la paz interior.
Gracias, porque conciertos como éste son pompas de jabón en medio de la vorágine. Gracias, porque son un bálsamo para nuestros oídos. Y gracias porque hacen de la iglesia un lugar de encuentro y de culto al arte que -más allá de lo religioso- son instituciones sagradas también.
Valga consignar que “Aire”, de J.Sebastian Bach, “Hallelujah”, de G.F Haendel, y una suite de navidad, cuyos arreglos pertenecen al histriónico y aplomadísimo Tapia Salfate, fueron las piezas que marcaron la jornada de ayer, con la comparsa de las excelentes 4 voces del Coro Municipal.
Un anticipado regalo navideño de Papá-Copiapó.